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Rosa de la noche |
Tengo la sensación de que cada vez mis viajes se hacen más largos. Calcular su duración me resulta imposible pues allí percibo el tiempo como una dimensión elástica y variable, capaz de comprimirse o dilatarse hasta extremos inauditos según mi estado de ánimo.
A veces creo haber estado viajando durante largos periodos; semanas, quizá meses. En otras ocasiones, sobre todo al principio, el viaje era como un relámpago que apenas comenzado terminaba. Su duración es algo arbitrario en la que creo que nada infl uye mi voluntad. Estoy allí o aquí, en un mundo o en otro, como si solo un delgado telón les separase, como si solo un paso, un gesto, pudiera hacerme atravesarlo sin saber cuando voy a regresar.
Con el paso del tiempo me he dado cuenta de que yo no soy totalmente ajeno a este proceso y de que, si bien mi voluntad no infl uye directamente en el comienzo de los viajes, existe un mecanismo en mí que los genera. No obedecen a una decisión racional. El resorte que me proyecta hacia la otra dimensión es más bien un estado de ánimo o, mejor dicho, de desánimo. La causa con exactitud la desconozco y ni siquiera me importa demasiado.
Nunca me he sentido violentado o incómodo por este involuntario transitar que me arranca de mi vida cotidiana. Siempre que llego allí, a pesar de no ser mi mundo, siento este perpetuo viajar como un bálsamo reparador que me ayuda a seguir viviendo.